domingo, 15 de julio de 2012

Entonces sentada en el techo desde donde se la han desparramado tantos sueños, miró el cielo gris tan seco y tan inexistente, tan vacío, las estrellas lejanas no se habían despedido cuando se fueron hace unos años atrás, y la magia que tanto inundaba los árboles de su bosque se secaba lentamente, es más ya no habían árboles en ese bosque, solo habían ramas secas de esas que lastiman cuando uno camina en vestido, y si uno corre la tela se atasca en las ramas que parecen querer retenerlo a uno para siempre.
Miró atrás en su ventana donde la soledad había llegado tantas veces a asomarse, pálida y llena de sombras pegadas al vidrio como si no se despegaran jamás las tristezas de la ventana y la lluvia que choca con los sueños.
Miró afuera y miró los ojos del tiempo, y ver tales ojos le llenó el alma de calor y de alegría, entonces como si tales ojos alumbraran el bosque que crecía por dentro y por fuera las hojas crecían lento pero crecían, como aquel cuento perdido donde la luna no llegaba, donde el sol se quedaba ahí, donde llegaba ella y dibujaba la luna para él, porque el sol no se iba, porque la luna no llegaba y el agua se secaba.
Los ojos dibujaron el calor y las hojas del bosque.
Pero tales ojos no le pertenecen, y el calor y las hojas que crecen al verle no son reales o no son apropiadas.

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